Uno de los más claros síntomas de una relación tóxica es el aislamiento. La persona tóxica, manipuladora o maltratadora, aísla a su víctima para que ésta no compare su situación con otro punto de referencia. Para que acepte y se someta a su condición. Para que no revele la perversa naturaleza de la relación en la que vive.

El pobre, el vulnerable y el necesitado le importan tan poco a los gobernantes y quienes lo apoyan, que ni se dignan de reconocer su existencia, cuando no pueden ser usados para generar simpatía, así su presentación no se adecue a la realidad. El gobierno los ha usado de escudo y excusa, otra razón para crear comisiones, departamentos, asignar presupuestos y cargos. Quienes los apoyan se dedican a mover la banderita y pregonar su abnegada generosidad. Al particular que está siendo regulado le interesa ayudar al necesitado. ¿Cuál es, entonces, el fin de esta ley?

No se puede trabajar sin permiso y sin pagarle su parte al ente “regulador”. No se puede comprar y vender nada sin permiso y, por supuesto, darle una parte a los señores regentes. No se puede agrupar o agremiar sin permiso de los sindicatos únicos. No se puede transmitir información por los medios sin que el gobierno obligue a regurgitar propaganda oficialista. Ahora, no se podría ayudar al prójimo por iniciativa propia, debe pasar por un ente autorizador, plagado con la inoperancia cancerígena de característica de los entes inventados para regular la actividad particular.

Cada regulación estatal ha tenido y tiene los siguientes efectos progresivos:

1) Desplazar al sector privado de esa actividad a través de regulación prohibitiva o prohibición directa.

2) Ocupar el sector hasta que la concepción de la actividad se vuelve entretejida con el Estado.

3) Perpetuación de los entes estatales en función de que “Eso lo hace el Estado, si no, no lo hace nadie”.

Viendo el MIDES, los programas de inclusión, la regulación del lenguaje, las jubilaciones, la seguridad, la vía pública, los residuos, los centros de educación, etc. surgen las siguientes interrogantes: ¿Queremos ver a la caridad privada sujeta a los mismos estándares? ¿Está el actual gobierno preparándose para algo? ¿Preparándose quizás para la eventualidad de que esos molestos privados tengan la audacia de ayudar a los carenciados que nos pretenden vender que no existen tras más de una década de experimento socialista?

Destacar artículos preocupantes de este proyecto requeriría citar su totalidad, por lo que se recomienda al lector repasar dicho proyecto teniendo en mente que quienes tendrían la voz y voto final para dar permiso a una caridad privada, son los mismos que han apoyado y aplaudido a los Castro, los Chávez, los Ortega, los Morales, los Maduro y los Kirchner de Latinoamérica.

La empatía, la caridad y el impulso a ayudar al otro no pueden ser forzados o regulados. Son una expresión espontánea de la importancia que el ser humano pone en el bienestar del prójimo. Pretender “promoverlo” a través de gestión burocrática sería como tirar del tallo de un jazmín para que crezca.

– Agustín Rodríguez