En su redacción, el proyecto es una burda copia del aprobado en Argentina: Comienza hablando de «estudio antropomórfico», y utiliza a los adolescentes como carne de cañón para expresar un vínculo infundado entre oferta de vestimenta y trastornos alimenticios.

Los trastornos alimenticios tienen causales múltiples y existen en todo el espectro socioeconómico, no sólo el que está expuesto a publicidad de marcas de moda. Su raíz está en las inseguridades propias de cada individuo, que muchas veces vienen de su familia, grupo social, o falta de información para buscar alternativas saludables (como alimentación sana y ejercicio) para perder peso, ganar tono muscular, y lograr un cuerpo armónico.

Desde un punto de vista comercial, el proyecto atenta contra la libertad de empresa. Si la mayoría de las tiendas no ofrecen tallas más allá del XXL, es porque simplemente no hay demanda de esas tallas. Basta con recorrer los «garage sales» y outlets de retailers, y ferias americanas de los shoppings para ver que se encuentran más prendas de talla L en adelante que entre XS y M. Esta constatación debería alcanzar para evitar gastar dinero de todos en un estudio antropomórfico.

La inclusión de los locales de «confección de vestimenta» es especialmente preocupante, porque refiere a diseñadores independientes que ya de por sí tienen problemas para acceder a textiles para producir. Obligando a tener tallas más allá del XXL estaría forzando al sector a soportar costos de producción más elevados, o a tener reducida su oferta en los talles que más se venden. Cuanto más material se necesita para la confección de una prenda, mayor es su costo. Y también el precio de venta al usuario final (en portales como Amazon se ve esa diferencia al elegir tallas más grandes). Si la ley se aprobara (esperamos que no) y el Estado obligara a vender todo al mismo precio, sucedería lo que ya se ve en Argentina: suba de precios en función del costo de producción de la prenda más grande. En un contexto de caída de ventas por pandemia, forzar a un sector a vender más caro es un insulto.

Otro aspecto preocupante es la creación de una suerte de Gestapo de la moda. De entre sus competencias, la que más preocupa es la siguiente: «(Plazo de flexibilidad).- En caso que el comercio no cuente con la talla de la prenda solicitada por el consumidor entre la oferta del producto que el establecimiento exhiba para la venta, este último deberá ponerla a disposición del interesado, en el plazo de 15 (quince) días, sin modificar su precio.». El único sector que podría cumplir con una disposición así es el retail a gran escala, las grandes cadenas de tiendas que venden ropa importada de China a precios irrisorios por unidad (basta ver el precio mayorista de una prenda en AliExpress para comprobarlo). No es lo mismo tener que liquidar a precio mínimo un exceso de inventario de tallas 2, 3, y 4 XL en un «super mega outlet» a precio de costo para una cadena de retail, que para un diseñador vender a precio de costo una prenda que no tuvo salida.

Con el clásico discurso de «los menos favorecidos» se propone una ley con la que sólo sobrevivirán los más grandes, que desgraciadamente son los que menos crean e innovan, saturando el mercado con los mismos colores y cortes año tras año.

No es cuestión de talles, porque no existe cuerpo infalible: en un mercado pequeño, no se puede pedir propuestas para todos los cuerpos, sino para la media del público que consume indumentaria.

En cualquier parte del mundo, cada fabricante tiene su escala de talle en función de las medidas de las personas. Pretender una única que abarque todas las marcas (especialmente cuando se importa de proveedores diferentes) no tiene sentido y agregaría un costo extra para hacer nuevamente etiquetas en caso que las prendas diseñadas en Uruguay y confeccionadas en el exterior no lo cumplan, por ejemplo.

La solución sería eliminar los límites de importación anual, así todos podemos acceder a lo que el mercado local no ofrece, sin importar nuestro tamaño. Pero, para esto, es necesario un cambio cultural: romper con la cultura del victimismo y optar por transmitir el valor de la iniciativa y responsabilidad individual.