Justo el día en que se conoce la noticia de una Señora que mató a un delincuente en su casa, y afronta ahora la angustia de la lotería de no saber si irá presa o de vuelta a su casa (a recibir aplausos y sufrir vendettas), el Senador Heber anuncia su intención de promover el derecho a defender el domicilio, alineado con la Ley italiana recientemente aprobada. ¡Bravo! ¡Bienvenido! Ya era hora.
Desde siempre (no empujados por la brisa mediática ni el grito enfurecido de la turba) los integrantes de Agrupación Libertad sostenemos que la auto-defensa es un derecho de los ciudadanos. Cristalina en nuestra intención y honestidad irreductible, clama nuestra página web:
«Para asegurar los derechos a la vida, el honor, la libertad, la seguridad y la propiedad, nos comprometemos a impulsar el libre porte de armas para ciudadanos sin antecedentes violentos ni patologías psiquiátricas; así como el derecho a no retroceder ante una agresión ilegítima a la integridad física, libertad o propiedad.»
Si los ciudadanos sanos y de bien tuviéramos esa garantía, si nuestra casa o propiedad fuera nuestro «castillo» (inviolable de verdad, y no sólo por la Autoridad), si nuestra defensa en otros espacios se reconociera legítima, es seguro que seguiría habiendo Brissas y Valentinas (pues los psicópatas no miden consecuencias ni temen); pero también, seguro, habría muchos menos hurtos, rapiñas y delitos violentos.
No se trata de armamentismo cipayo ni ley del Far West; sino de devolver al Ciudadano algo que el Estado nunca debió arrebatarle. Y ahí está Artigas mandatando a sus Delegados:
«Que esta Provincia tiene derecho para levantar los regimientos que necesite, nombrar los Oficiales de Campaña, reglar la Milicia de ella para la seguridad de su libertad, por lo que no podrá violarse el derecho de los Pueblos para guardar y tener armas.» (Art. 17 de las Instrucciones a los Diputados Orientales para la Constitución de las Provincias Unidas, Abril de 1813).
Dueños del Batllistómetro abstenerse. Si tienen algo que objetar, hablen con Don Baltasar y sus amigos.
– Carlos A. Santo Cuevas