El lunes fue el natalicio de Batlle y Ordóñez; para muchos, el creador del ADN ideológico del Uruguay*.
Lo que heredamos de “don Pepe” básicamente son dos cosas. La primera es la costumbre uruguaya de respetar al que piensa distinto. De no imponerle una religión, una filosofía o ciertas creencias desde el Estado. El Estado es ajeno a las diferencias de creencias. No se mete.
¿Qué podemos ver que haya quedado de esto? En Uruguay no hay enfrentamientos religiosos. La gente no se pelea por religión. No hay una fractura religiosa. Hay pocos países en los que la gente que cree cosas distintas se lleve tan bien. El Estado no se mete en las creencias. Es un asunto de las personas, se reúnen para creer o no creer, discuten como gente civilizada, o a veces no, pero ninguno le está intentando meter palo al otro o imponerle una religión oficial.
Uno se puede pensar que las peleas por temas de creencias son cosas de Medio Oriente, pero también las hay en Estados Unidos. Acá, en nuestro “paisito”, no. El Estado no se mete en religión, la gente no se pelea por religión.
La segunda cosa que heredamos de don Pepe es la tradición de dirigir desde Montevideo, por medios democráticos, la economía del país. Leyes sobre trabajo y comercio, empresas públicas. Acá en Uruguay las cuestiones económicas se resuelven en el Parlamento.
¿Por qué nos estamos peleando hoy en el Uruguay? Por plata. Por la plata del otro, que la quiere usar para una cosa que a mí no me sirve, o porque el otro quiere usar mi plata para algo que le sirve a él pero a mí no, y todo así. Nos peleamos por plata. ¿Por qué nos peleamos por plata? Porque tenemos intereses distintos, pero la ley es una sola. Entonces tenemos que conseguir que el mandato estatal nos beneficie o por lo menos no nos perjudique demasiado.
Cuando una parte de la vida social pasa a estar bajo control del Estado, las diferencias de opinión se vuelven diferencias políticas. Tenemos un país partido a la mitad. Hagámonos el favor de separar de una vez la Economía del Estado, nuestros nietos nos lo van a agradecer.
– Juan Friedl